miércoles, 7 de marzo de 2012

Sputnik (I)

Hoy en día damos muchas cosas por sentado. Pulsamos unos botones en un teléfono y le enviamos un mensaje a un señor que está en las antípodas. Y lo vemos con total naturalidad, como si hubiera estado allí toda la vida, como si fuera cosa de magia. Pero con frecuencia ignoramos que para que todo funcione tiene que haber un cacharro a muchos kilómetros de altura, y con más frecuencia ignoramos como ha llegado hasta ahí. Por no mencionar a los magos que lo han hecho posible.   

Uno de estos magos se llamaba Serguei Pavlovich Korolev. Nació en Zhytomyr, Ucrania, en 1907, producto de un matrimonio concertado que acabó en fracasó: En 1910 sus padres se separaron, aunque su madre jamás le confesó tal cosa al crío y preferió decirle que su padre había muerto (que cosa tan rusa). Criado por sus abuelos maternos, demostró un interés por las mates que se acrecentaron con el segundo matrimonio de su madre con un ingeniero de ferrocarriles.

Su infancia fue la típica de cualquier chaval de Ucrania en un periodo de guerras, revoluciones, hambrunas y sin antibióticos. Contrajo un tifus que casi lo mata y se pasó hasta 1920 escondido en un sótano. A pesar de todo nunca dejó de estudiar, y tras ese periodo pudo entrar sin problemas en la universidad politécnica de Kiev, fascinado por la aviación por una demostración de planeadores que vio antes de la guerra.

A finales de los veinte Stalin necesitaba un porrón de ingenieros para hacer realidad la industrialización y sus planes quinquenales, así que a Korolev no le faltó trabajo: Lo encontró a las órdenes de otro peso pesado de la aeronáutica rusa, Andrei Tupolev, y se pone a diseñar aviones como el bombardero pesado TB-3, aunque entonces ya había mostrado interés por un tema aeronáutico en particular: Los cohetes.

Los trabajos del americano Robert Godard, el alemán Hermann Oberth y una peli llamada la mujer en la luna le impresionaron a él y a Stalin, que ordenó la creación del Grupo de Estudios sobre Propulsión por Reacción (GIRD en sus siglas rusas) al que se unió y llegó a dirigir en 1932. Allí conoció al que después sería su archienemigo, Valentin Glushko.

El grupo consiguió algún éxito (el cohete GIRD-X alcanzó una altura de 5 kms.), pero llegaron las purgas y todo el grupo fue víctima de ellas. El primer detenido fue Glushko.

-Camarada-algo así le dijo el interrogador del NKVD- Sergei Pavlovich te ha denunciado (era mentira), es culpa suya que te estemos dando de hostias ¿Que tienes que decirnos de él?- Y Valentin dijo y, naturalmente, Korolev a la cazuela. Le lanzaron el mismo anzuelo y picó (quién no). Los dos fueron condenados en base a las acusaciones que se inventaron bajo tortura, y pasaron toda su vida odiándose mutuamente porque pensaban que el otro los había denunciado, sin conocer estos hechos o, como diría Una, ignorando la contextualización.

Korolev fue a parar al gulag de Kolima, en Siberia. Allí perdió toda su dentadura y parte de su vida: Jamás recuperó del todo su salud, y muy fácilmente su prematura muerte se deba a las animaladas que sufrió. Pese a todo, tuvo suerte: Su antiguo mentor, Andrei Tupolev, se enteró de la situación de su pupilo y consiguió sacarlo de ahí. Su nuevo destino sería la sharashka, una especie de gulag científico donde los trabajos forzados se realizaban sobre mesas de dibujo, que dirigía el también purgado pero menos Andrei Nikolayevich Tupolev.

 La Oficina Central de Diseño 29 de la NKVD era el hogar de Korolev cuando Hitler decidió que invadir la URSS era una gran idea. Puede decirse que fueron estos grupos de prisioneros, condenados por traición y sabotaje, los que hicieron posible que el Ejército Rojo pudiera competir técnicamente con la Wehrmacht. Por ejemplo, de la sharashka de Korolev salió uno de los aviones soviéticos más importantes de la guerra: El Illyushin Il-2 Shturmovik, el tanque volador que dió la réplica al famoso Stuka como avión de asalto.

Sin embargo, en 1942 Lavrenti Beria, el siniestro jefe de los chekisti, decidió reunir a los ingenieros de cohetes -bueno, los pocos que quedaban- en un mismo grupo como respuesta a los evidentes avances alemanes en este campo. Así se creó un grupo bajo la dirección de Glushko, precisamente, al que fue a parar Korolev como su subordinado. No fue muy productivo que digamos: La mezcla de miedo y odio que se tenían, temiendo nuevos chivatazos, no crearon el mejor ambiente de trabajo posible. Pese a todo, y contra la opinión de peces gordos del partido y del ejército, que los veían como a una especie de parásitos, Beria los mantuvo vivos pensando en el futuro.

En 1944 cuando Glushko, Korolev, Tupolev y miles de científicos de las miles de sharashkas recobraron la libertad y sus cargos fueron desestimandos cortesía del mismo bigotudo que los esclavizó. De repente, el prisionero de las minas de Kolima es condecorado y promocionado a coronel del Ejército Rojo. El futuro en el que pensaba Beria llegó en 1945, tras la caída de Berlín, cuando Sergei Palvlovich fue enviado a Alemania para estudiar un invento alemán llamado Vergeltungswaffe 2.

Mientras los americanos ganaban el premio gordo y se llevaban a Von Braun y Walter Dornberger, los ruskis se conformaron con la pedrea: Helmut Grottup, empleado de Peenemunde a las órdenes de Werhner y especialista en guiado. Su captura por los soviéticos en realidad no fue tal: El ex-nazi vivía en la zona americana, pero rechazó su oferta porque no quería alejarse de su familia, así que aceptó una oferta soviética donde, además de una buena cantidad de marcos, se le permitió viajar a la URSS con su esposa y prole más la promesa de que regresaría a Alemania cuando finalizara su trabajo, cosa que sucedió en 1955. Destino: Isla de Gorodomlya en el lago Seliger. Aquí se formó el NII*-88 bajo la dirección de Korolev, donde se concentraron todos los especialistas alemanes en cohetes en la URSS (voluntarios o no).

Contrariamente a la creencia popular, estos científicos alemanes gozaban de una decente calidad de vida, muy superior a sus colegas rusos ("de fuera vendrán..."), por ejemplo, no era raro encontrar en la isla apartamentos de dos o tres habitaciones, o dachas como la de Grottup, que además disponía de coche y chófer las veinticuatro horas, aunque no demasiados lugares a donde ir. Compárese con los barracones militares en los que vivían sus contrapartes rusas, jefe incluído. Pese a todo, los alemanes vivían aislados, pero no porque pudieran transmitir ideas raras y anticomunistas, sino para evitar linchamientos por parte de la población local.

Reorganizada la producción de V-2 por los rusos, se pusieron inmediatamente a probarlos en la isla. 11 V-2 fueron lanzados en 1947, de los cuales sólo 5 tuvieron éxito. Es un comienzo.
  
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* Vale la pena dedicar unas líneas para explicar el sistema técnico soviético, altamente jerarquizado. En la cima encontramos los NII, que se encargaban del trabajo científico básico siguiendo las directrices de la Academia Soviética de Ciencias. En el escalon inferior encontramos las "oficinas de diseño" o KBs, que convertían ese trabajo científico en aplicaciones prácticas para la producción en las fábricas estatales, llamadas GAZ.

Existía una segunda rama llamada "oficina de diseño experimental" (OKB), en principio y teoría independiente de las NII y se encargaba de proyectos aeronáuticos, sistemas de armas, submarinos, satélites, bombas atómicas y cosas por el estilo. Tenían una alta autonomía a la hora de crear un prototipo, que era presentado al cliente -el estado- que decidía si compraba o no. Era un sistema muy competitivo, donde las distintas OKBs que diseñaban tanques, por ejemplo, intentaban vender su modelo por todos los medios posibles, ya que el ganador recibía una enorme suma de dinero para seguir diseñando, por no hablar de la influencia y posible promoción política del ingeniero jefe. En el fondo, estos jefazos actuaban como empresarios en un sistema donde este concepto no existía.

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