martes, 6 de marzo de 2012

Ramsay

-Que mala suerte, camaradas. Con lo grande que es Rusia y no podemos retroceder: detrás tenemos a Moscú.

El general Ivan Vasilyevich Panfilov, a quién sus soldados llamaban papá, hablaba así a sus hijos de la 316 división de fusileros poco antes del inminente ataque alemán contra Moscú, quee iban a ser ellos los primeros en recibirlo. La división fue machacada, aunque les llevó más tiempo a los alemanes de lo previsto y, ciertamente luchó hastá a la muerte: el propio Panfilov resultó muerto fusil en mano y del segundo batallón del regimiento 1075 sólo quedaron tres supervivientes. Lo poco que quedó de la división, más o menos esos tres soldados, fue rebautizada como la 8ª división de guardias conocida con el sobrenombre de los panfilovsky.

Su sacrificio no fue en vano: mientras Panfilov y sus hijos luchaban para impedir la entrada de los alemanes en Moscú, justó detrás de la ciudad estaba acumulando tropas Georgiy Konstantinovich Zhukov. Y no eran las consabidas tropas de reserva, con sus soldados viejos y gordos, eran los mejores soldados de la URSS, traidos directamente de Siberia, las mismas tropas que habían derrotado a los japoneses en Khalkhin Gol y que ahora se disponían a lanzar un brutal contraataque contra la Werhmacht. Y lo lanzaron, y salvaron Moscú.

Sin embargo, traer a esas 17 divisiones de Siberia - llegaron a traer más de 50 - significaba que la peligrosa frontera con Japón quedaba completamente indefensa. Si los japos hubieran atacado, habrían llegado hasta el mismo Moscú...Pero nunca atacaron y nunca tuvieron intención de atacar, pero eso Stalin no podía saberlo ¿O sí?

La historia de los Panfilovtsy, las 17 divisiones siberianas y la salvación de Moscú bien podría empezar en el año 1895, cuando un niño llamado Richard Sorge nace en Bakú. Su padre, ingeniero de minas, encuentra trabajo en Alemania dos años después y el pequeño Richard es criado como alemán, tan alemán que participa en la primera guerra mundial ganando una cruz de hierro. Pero como era así rojillo y le venía de familia -su madre era rusa...y comunista- se afilia en secreto al partido comunista alemán en 1925. Lo del secreto fue clave como veremos después. Al poco, y también en secreto, viaja a la URSS para ver con sus propios ojos el paraíso de los trabajadores. Allí lo capta la NKVD y lo recluta como agente, con el nombre en clave de Ramsay.

Su vida no cambia mucho cuando vuelve a Alemania. Se hace periodista y se va a China donde entra en contacto por primera vez con los japoneses. A su regreso a Alemania se hace miembro del partido nacional socialista, lo que le reporta buenos contactos: para él era fácil. Era un encanto, fiestero y putero, lo que hace que trabe una buena amistad con Eugene Ott, que posteriormente sería agregado militar en Tokyo, con el que compartía gustos.

A mediados de 1933 Eugene Ott es destinado a Japón y detrás va nuestro Richard como corresponsal en Japón de un diario de Frankfurt. Allí montó una pequeña pero eficaz red de información que tenía total libertad de movimiento. En un japón germanófilo y fan de todo lo que fuera fascismo un tipo como Sorge se movía como pedro por su casa. Era invitado a todas las fiestas donde los militares se emborrachaban y largaban que daba gusto, su afición a las putis y a llevar a sus presas de putis -pagaba él- le hizo ganar confianza y puntos de popularidad. Y esa es la clave para obtener información: que confíen en ti.

Eugene Ott confiaba en él, aparte de eso, porque le pasaba informes puntualmente sobre las actividades japonesas y todo lo que oía en esas bukkakes. Ciertamente, con su cobertura de periodista era un buen espía y a Alemanía le convenía saber las intenciones japonesas. El tal Ott se enamoró definitivamente de él cuando consiguió la amistad del secretario personal del mismísimo Togo, al que le sacaba todo lo que un nazi quería saber sobre Japón y sólo se atrevía a preguntar en una orgía. Pero había un truco. Por esas casualidades de la vida el secretario este resultó que era comunista y pasó a la red de Sorge.

Mientras Eugene Ott era engañado como un chino por un falso nazi y un japonés comunista nuestro Richard movía sus hilos y tejía su red, todos nazis de toda la vida tan falsos como él -excepto Eugene Ott, claro- y todos aficionadísimos a irse de soapland, el tiempo pasaba y en esto estamos en 1941, con una guerra en Europa y algo más gordo en preparación. Como estaba todo el día en la embajada alemana y nadie preguntaba nada, se puso a husmear en los cajones y encuentra ¡tachán! las claves del krieggsmarine que algún incauto había dejado por allí, que al día siguiente ya estaban en Moscú. Y gracias a su amigo el secretario tuvo acceso a los planes japoneses, así se enteró de que planeaban atacar en el sur y que, en caso de necesitarlo, tenían preparado un ataque a la principal base naval americana que se ejecutó tal y como había enviado Sorge a Moscú.

Allí estaban desconcertados con tanta información y tan buena. Suele ser prudente no creerte todo lo que te llega, y más si se cumple con total exactitud, y de hecho, no creyeron a Sorge y pensaron que los alemanes le habían dado la vuelta. Así, cuando les llegó la fecha del 20 de junio de 1941 como la del ataque alemán no le creyeron. El 22 de junio de 1941 Alemania invadió la URSS, y fue entonces cuando Richard fue tomado en serio: ningún agente doble advertiría de un ataque. Desarbolados por los alemanes, con millones de muertos y los mejores ejércitos de la URSS occidental exterminados, necesitaban reservas, pero no reservas cualquiera, reservas efectivas y que pudieran luchar.

La URSS tenía esas reservas. Estaban en Siberia, vigilando la frontera japonesa. Como ya hemos dicho eran tropas muy buenas, acostumbradas a luchar en temperaturas extremas y con experiencia de combate, y para variar experiencia victoriosa. La URSS necesitaba esas divisiones en occidente, pero no podía moverlas por si acaso Japón atacaba ¿pero iba a atacar? Sólo había una forma de saberlo: Richard Sorge.

Y Richard Sorge respondió a la petición urgente de información. El ataque japonés se iba a producir en el sur e iría dirigido contra USA y Gran Bretaña, no contra la URSS. Para llevar a cabo la blitzkrieg japonesa usarían a sus tropas en Manchuria, que sustituirían por reservas que tendrían funciones estrictamente defensivas. Japón sólo atacaría la URSS si caía el gobierno comunista para quedarse con los pedazos de extremo oriente y tuvieran un garantizado un 100% de éxito en el ataque, que básicamente se produciría si caía Moscú y los alemanes cruzaban el Volga y se hacían con el petróleo del cáucaso, y siempre después de haber derrotado a los británicos y americanos en el sur. En resumen, solo atacarían si los alemanes iban claramente ganando. Eso significaba que podían llevar esas tropas a occidente sin temor, de momento, a una puñalada por la espalda.

Los siberianos lucharon y ganaron, los alemanes nunca cruzaron el Volga y el ataque japonés nunca se produjo, como había dicho Sorge. Ese movimiento de tropas salvó a la URSS y fue clave en la victoria sobre el nazismo. Pero como pasa tantas veces en la historia, alguien sospechó del movimiento de tropas. En Japón les pareció muy raro que dejaran desprotegida una frontera por la que los soviéticos habían luchado a muerte. Eso significaba que sabían que Japón no les iba a atacar ¿Como lo sabían?



El alcohol, causa y a la vez solución de todos los problemas, fue la perdición de Richard Sorge. En una noche de putis el secretario ese bebió más de la cuenta y se fue de la lengua - no en el sentido sexual- y presumió de sus hazañas con la chica que había elegido para pasar el rato. Desgraciadamente la chica resulto ser una informadora de la Kempei Tai, la gestapo japonesa. El secretario ese -tendría que mirar como se llamaba pero a estas alturas no estamos para arabescos- es detenido esa misma noche y cantó como un canario. Pero la simple confesión no bastaba: Sorge era alguien respetado en japón, miembro del partido nazi y corresponsal de un periódico alemán, no podían usar la confesión de un borracho como prueba. Así que le tendieron una trampa a ver que pasaba.

La trampa fue una señora de muy buen ver, casada por más señas, de buena familia y tal a la que Sorge llevaba un tiempo intentado tirarse sin el menor éxito. La Kempai Tai convenció a la señora de que su deber patriótico era liarse con Richard, y como se ve que la señora era patriota accedió. Tras unos cuantos polvos la relación se fue consolidando y la señora pudo cotillear en casa de su amante. Y vio una escena poco común: Sorge metía unos papeles en una carpeta y salía en plena noche en un parque cercano a su casa donde la escondía, evidentemente para que lo recogiera su contacto. Esa misma noche Sorge fue detenido, juzgado y condenado a muerte. Por si se lo preguntan, su contacto que se dirigía felizmente a recoger el encargo de su jefe también fue detenido.

Eugene Ott estaba indignadísimo ¡Su amiguito del alma había sido acusado de espionaje! ¡Pues claro que espiaba, putos japos, pero para mí! Eugene pataleó, lloró y puso la mano en el fuego por su amigo, e impidió que fuera ahorcado in situ por los cojones. No consiguió que lo liberaran, pero al menos consiguió un aplazamiento y un juicio con su abogado, fiscal y tal.

Eugene Ott quiso que se le tragara la tierra durante el jucio. En lugar de negar las acusaciones Sorge lo admitió todo sin el menor empacho: era un espía de Stalin, había hecho de agente doble usando la cobertura del partido nazi, del periódico de Frankfurt y de Eugene Ott, que indirectamente fue acusado de espionaje al utilizar a Sorge. Cuando el fiscal le dijo que podía salvar la vida pidiendo perdón y colaborando -vamos, cantando-, Richard dijo que de perdón nada, que estaba orgulloso de lo que había hecho, que además se lo había pasado en grande haciéndolo y que lo volvería a hacer si tuviera oportunidad.

El resultado: Richard Sorge fue colgado el 7 de noviembre de 1944. Pasó mucho tiempo sin que los japoneses supieran saber que hacer con él. Podían cambiarlo, pero sabía demasiado sobre ellos como para dejarlo ir. Podían repatriarlo a Alemania y que le dieran allí su merecido, pero no se fiaban de como iban a usar los alemanes la información. De hecho, hubo intentos de cambio con la NKVD, pero esta negó conocer a Sorge y muy probablemente y dado el secretismo de las operaciones de la época es muy probable que el oficial chekisti dijera la verdad y no supiera nada del tema. Así que no quedó otra que cargárselo, por si acaso.

Epílogo: Richard Sorge salvó al mundo de los nazis y se lo pasó de puta madre haciéndolo. Tomen nota



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