martes, 27 de marzo de 2012

Hijos de la destrucción (I)

Sabía que si se paraba estaba muerto. Tenía que llegar hasta la fuente, a pesar del cansancio, a pesar del hambre, a pesar del sueño. Detrás de él, cuatro hambrientos muchachos corrían, desesperados, hacía la única fuente de comida fresca que habían visto en muchos días. La carne de los niños, tierna, era la más apreciada. Los doce años de Viktor le hacían especialmente apetecible.

Lo consiguió. Llegó hasta la inmensa fuente, sin agua pero llena de cadáveres putrefactos, y se sumergió entre ellos como si fuera una piscina. Sus perseguidores se rindieron y se marcharon, desanimados. Demasiado trabajo remover entre los muertos, en medio de un terrible olor a carne putrefacta y a mierda. Mejor dedicar las escasas fuerzas a presas más seguras.

Viktor vivía allí, entre los muertos. Era un lugar seguro: nadie buscaría a un vivo en ese lugar. Ni los saqueadores, ni los alemanes. Mientras asomaba lentamente su cabeza para vigilar los movimientos de sus perseguidores, que con paso cansado se alejaban de la fuente, un tremendo estruendo hizo que instintivamente volviera a sumergirse. Le siguió otro, y otro, y otro. Cuando volvió a levantar la cabeza, comprobó que ya no tenía que preocuparse por sus perseguidores: habían sido despedazados por uno de los obuses.

Eso significaba una gran ocasión para Viktor. Muy despacio, sin levantarse, se arrastró hacia los restos de los que iban a ser sus verdugos. Se acercó al único  tronco, o resto de tronco, sin extremidades ni cabeza que alcanzó a ver. Metió la mano en sus bolsillos y lo único que encontró una cartilla de racionamiento caducada. Bueno, se dijo, puede ser útil. Quizás si pongo cara de pena al entregarla me den algo de comida; habrá que probarlo.

Por el mismo procedimiento volvió a la fuente. El día finalizaba, aunque sólo podía saberlo por su cansancio. No tenía nada que cenar, así que se fue a dormir directamente. Se puso la gorra de uno de sus perseguidores, manchada de sangre, en el rostro para encontrar algo de oscuridad en esas interminables noches de luz y se durmió. Al día siguiente le esperaba otra carrera contra la muerte, el hambre, el miedo, el fuego. Y al siguiente. Y también al siguiente.



No hay comentarios:

Publicar un comentario