martes, 28 de mayo de 2013

Alexei Bolotov

Alexei Bolotov tenía una poderosa razón para bajar del Annapurna lo más rápido que pudiera: se estaba muriendo. A partir de siete mil metros de altura el cuerpo va muriendo poco a poco,  y Alexei ya lo estaba notando. Reconocía los síntomas del edema pulmonar que empezaba a padecer. Así que para abajo. Arriba dejaba a Horia Colibasanu, el único todavía sano de la expedición, cuidando de Iñaki Ochoa de Olza, que había quedado paralizado por un edema cerebral.

No podía hacer nada. No podía ayudar en nada. Además será una pájara. Se recuperará y bajará. Pero él no podía esperar. Así que bajó. Su encuentro con Ueli Steck sólo aceleró su necesidad de salir de allí: el suizo no tenía botas adecuadas para esas temperaturas, así que Alexei le dio las suyas. Por una de esas casualidades ambos calzaban el mismo número. Ueli siguió subiendo, intentaría ayudarlos. Alexei siguió bajando con una preocupación más: la muy posible congelación de sus pies.

Aún así lo estaba consiguiendo. Lo iba a conseguir. Iba a salir de allí. Volvería a ver a su mujer, a sus padres. Los volvería a abrazar. Pero tiene otro encuentro inesperado. Denis Urubko y Don Bowie le cuentan que Iñaki está mal, muy mal. Mucho peor de lo que él pensaba cuando empezó a bajar. Le llevan oxígeno, medicinas. Alexei no se lo piensa. Se da la vuelta y sube con ellos.

Nadie esperaba que lo hiciera. Nadie le pidió que lo hiciera. Estaba mal, muy mal, y su primera y única obligación era salvar su vida. Pero saber que Iñaki, su amigo Iñaki, se estaba muriendo colocó todo eso en un segundo plano. Él mismo lo explicó:

“Los humanos se tienen que ayudar en cualquier caso. Subir a la cima no es ningún deber, no se lo debo a nadie, pero ayudar es una obligación y no depende de mi estado de salud. Lo tengo que hacer esté como esté”.



Aquella vez, en mayo de 2008, fue la primera que escuché el nombre de Alexei Bolotov. Nunca he escalado una montaña, no sé nada sobre el tema más que lo que he visto en el al filo y leído en desnivel. Pero el rescate me impresionó y emocionó tanto que desde entonces no he dejado de seguir las andanzas de Ueli Steck, Denis Urubko, Don Bowie, Horia Colibasanu, Robert Szymczak y de todos los participantes en el rescate. 

El 15 de mayo de 2013 su cuerda se rompió mientras trataba de abrir una ruta nueva en el Everest. Allí descansará para siempre. Cerca del cielo, donde pertenece.

Valar Morghulis.




viernes, 10 de mayo de 2013

La Montaña Asesina

No puedo siquiera imaginarme lo que sintió Albert Mummery cuando a orillas del río Indo levantó la cabeza y vio por primera vez el Nanga Parbat. Sobre el valle se erigía un pico de más de ocho mil metros, nevado y desafiante. En urdu, Nanga Parbat significa montaña desnuda. Tal nombre le viene porque está sola y aislada de la cadena montañosa. La vista de una montaña de ocho mil metros completamente nevada sobre el verde valle del Indo maravilló al explorador inglés. En 1895 todavía existían lugares por descubrir, y ese era uno de ellos. Y él lo estaba viendo con sus propios ojos, que nunca habían visto una montaña como aquella. 




Mummery no era un turista precisamente. Enjuto y miope, llevaba más de veinte años escalando cualquier pico que tuviera nieve. Aburrido de los alpes y de escalar sus montes más dificiles, como el Cervino, que hizo siete veces por seis rutas diferentes, y de dejar su apellido en paredes consideradas imposibles como la fisura del Grépon, se lanzó a un viaje alrededor del mundo en busca del reto imposible. Este viaje le llevó primero al Cáucaso y finalmente al Himalaya. Allí encontró lo que buscaba.



La Montaña Desnuda, El Rey de las Montañas, o como la bautizaron los alpinistas alemanes más de treinta años después, el Monte del Destino. Sería la primera vez que se intentaría escalar una montaña de ocho mil metros. Tras contratar a dos sherpas y pasarse unos meses explorando el pico Mummery eligió la cara oeste para su ascenso. Fiel a su estilo -"Cuando todo indica que por un lugar no se puede pasar, es necesario pasar. Se trata precisamente de eso"- eligió la ruta más difícil que encontró. La montaña se los tragó a siete mil metros de altura, tras pasar el espolón que desde entonces lleva su nombre. Sus cuerpos nunca han sido hallados y siguen allí, en alguna parte de la montaña, descansando en una tumba de hielo y nieves eternas. Y allí seguirán para siempre.

El Nanga Parbat fue coronado finalmente en 1953, tras muchos intentos que terminaron invariablemente en desastre. La expedición germano-austriaca liderada por Peter Aschenbrenner, un veterano y superviviente de los intentos fracasados de los años treinta, decidió suspender el intento muy cerca de la cima. Olió el peligro. Pero un alpinista llamado Hermann Buhl no. O puede que sí y le diera igual.  Mientras el resto de la expedición volvía al campamento base él siguió hasta la cima. Lo consiguió, aunque tardó más de lo previsto y la noche le alcanzó en plena cumbre. En total oscuridad y en una estrecha cornisa, atado a un pequeño agarre, durmió como pudo a ocho mil metros de altura. Contra todo pronóstico vio salir y sol, y consiguió regresar al campamento base, donde le daban por muerto, cuarenta horas después de dejar la expedición. Hermann Buhl se convirtió en el primer alpinista que coronó un ocho mil sin oxígeno y en solitario.

Antes que él, 31 alpinistas habían muerto intentando llegar a la cima. Seguro que Buhl se acordó de ellos, empezando por Mummery, cuando eligió un nuevo nombre al que añadir a los mucho que ya tenía el monte que acababa de escalar: La Montaña Asesina.

Valar Morghulis.