domingo, 6 de mayo de 2012

Miriam y su primo

Esta vez no me llamó. Me envió un mensaje pidiéndome de forma URJENTE (sic) que la llamara. La llamé. Llorando, me dijo que había sido apalizada por unas muchachas en el parquecito ese al que iba a fumar porros. Así que, que remedio, fui a su casa.

Pero no me la encontré en su casa. Como tres o cuatro manzanas antes, me estaba esperando. Me hizo señas y aspavientos para que parara el coche. Cuando se subió comprobé que no mentía. Sangraba por la nariz y el labio, y tenía arañazos por brazos y piernas. Le pregunté que había pasado. Tres moras habían ido a robarle y la emprendieron a golpes. Le dije que la iba a llevar al hospital, y luego a la comisaría para denunciar. Se negó en redondo. Cuando le pedí que me explicara con detalle lo que había pasado, muy nerviosa me explicó que las agresoras eran cuatro.

Le pregunté por qué no me esperaba en su casa. Tenía miedo ¿Miedo? ¿de qué? Pues, por lo menos, te acompaño a casa y te lavas un poco. Tampoco quiso ¿Y tu primo?

Porque ella tenía un primo que siempre estaba en casa, y que era su mejor amigo. Eran los dos únicos datos que te daba cuando le preguntabas por él. Si le pedías más detalles, como en qué trabajaba o de que color tenía el pelo, te lo repetía como una autómata:

-tengo un primo que siempre está en casa, y que es mi mejor amigo.
 
y esa fue la respuesta que obtuve esa vez también. Pero quise aclarar otra cosa.

-¿Tú primo está en casa?
-Claro, siempre está en casa.
-¿Entonces por qué no le has pedido ayuda a él? ¿por qué no quieres ir a casa? ¿de qué tienes miedo?

Se quedó muda. Quizás se dio cuenta que no iba a aceptar su respuesta estándar. Así que la cambio por otra que, de ahora en adelante, sustituiría a la anterior.

-No te lo puedo contar.

Ahora le pregunté porqué no había llamado a su madre.

-No te lo puedo contar.

-¿Y tu hija?

-No te lo puedo contar.

y cambió de tema. Me volvió a contar la agresión. Ahora las cuatro moras se convirtieron en dos gitanas. Bueno, ya estaba claro que era muy probable que el autor de la paliza fuera el famoso primo. O al menos, el principal sospechoso. Pero un principal sospechoso muy prometedor.

Me dijo que no quería dormir en casa esa noche. Cada vez estaba más claro. Me preguntó si la podía llevar a un hostal, y si (tachán) le podía pagar la habitación. Le dije que no, pero me ofrecí a llevarla a mi casa a que pasara la noche allí. Tras dudar un poco, aceptó. No tenía otro sitio donde ir.

Una vez en casa, le ayudé a limpiarse las heridas y la curé como pude con alcohol, betadine, gasa y esparadrápo. Eran heridas superficiales. Aunque algo me decía que las del alma eran muy profundas. Cayó rendida en el sofá. Me pidió que me sentara a su lado. Me cogió como un almohadón y apoyó la cabeza en mi pecho. Y así se durmió. A la mañana siguiente, llamó a su madre y me pidió que la llevara a su casa.

De haber sabido en ese momento lo que había allí, nunca la habría dejado marchar.

La maleta

"La maleta" es quizás la obra más conocida del desconocido Sergei Dovlatov. Disidente y exiliado en los Estados Unidos, nunca aceptó cambiar el ruso por el inglés y fue fiel a su lengua materna toda su vida. Naturalmente, esto tenía la consecuencia de que ningún editor le publicaba, ya que nadie iba a pagar los costes de traducción de un tipo que no le daba la gana escribir en inglés.

Instalado en Nueva York vivió de gorra en plan Kramer a costa del famoso poeta Joseph Brodsky, que lo consideraba uno de los mejores narradores contemporáneos. Gracias a él y a sus traducciones gratuitas pudo publicar algún cuento en la revista New Yorker y sacarse un dinero que invariablemente invertía en vodka. Además, Brodsky lo enchufó como redactor jefe de una revista de literatura rusa (en ruso) de escasísima difusión, y que era leída exclusivamente por exiliados. Sus novelas pasaron completamente desapercibidas fuera de este círculo hasta su muerte, a los 49 años, consecuencia de una de sus habituales borracheras que terminó en coma etílico.

"La maleta" trata, precisamente, del momento en que es expulsado de la URSS por "parasitismo social", entre otros cargos propios de una novela de Orwell. La ley soviética sólo permitía sacar del país un equipaje de tres maletas. Dovlatov descubre horrorizado que todas sus pertenencias caben en una sola maleta. A partir de ahí cuenta la historia de cada uno de esos objetos que mete en la maleta y se lleva a Estados Unidos. Con la historia de cada objeto nos cuenta un capítulo de su vida, sus éxitos, sus fracasos, sus alegrías y sus penas. 



"¿Me preguntas que es la patria? ¡Patria es donde hay vodka, hermano!" - Sergei Dovlatov.

Arijan Komazec (y III)

Nadie quería a un jugador en plena depresión y con un intento de suicidio a sus espaldas. Todavía con contrato en vigor, el Panathinaikos contactó infructuosamente con una buena cantidad de clubes europeos para deshacerse de él. El jugador fue ofrecido, entre otros, al Real Madrid y al Barcelona, que rechazaron el fichaje. Fue a parar al único club que mostró interés: el Pallacanestro Varese, un histórico italiano con 5 copas de europa en su historial, pero ahora venido a menos ya que militaba en la segunda división italiana.

El coach del equipo era el americano Joe Isaac, que entendió a la perfección a su nuevo fichaje. Komazec se encontró en su nuevo club con un ambiente familiar y cálido, donde la otra función del entrenador era organizar barbacoas semanales para los jugadores y sus familias. Con el tiempo, Joe Isaac se convirtió en una especie de segundo padre para Arijan.

En la pista, con el ánimo recuperado Arijan se salió. El sistema de juego del Varese era tan simple como este: balón a Komazec, penetración que se convertía a menudo en un uno contra cinco y, si Komazec no podía resolver, balón doblado a uno de sus compañeros libres, que tampoco eran mancos. De todas formas, resolvía, y daba la impresión que pasaba el balón sólo para sumar una asistencia más a su estadística.

El Varese volvió a la máxima categoria del baloncesto italiano por la puerta grande. En la ruda serie A-1, Komazec volvió a arrasar: máximo anotador con 33 puntos de media por partido, en siete partidos superó los 40 puntos, segundo en balones robados, cuarto en asistencias, segundo en porcentaje en tiros de dos y sexto en tiros de tres, para un estratósferico y nunca visto 37,94 de valoración de media por partido, récord que sigue vigente.

El Varese cayó en los playoffs contra el Stefanel de Milan que contaba con Dejan Bodiroga, Gregor Fucka, Ferdinando Gentile y Dino Meneghin. El Varese, en el fondo, era un one-man-team y poco podía hacer contra el buen juego colectivo tejido por Bogdan Tanjevic. Aún así, Komazec fue imparable, anuló a Bodiroga y mantuvo su media de 33 puntos.

Varese se le había quedado pequeño. Dos equipos llamaron a su puerta. Los New Jersey Nets, huérfanos de Petrovic y todavía traumatizados por la muerte del mago de Sibenik, que no encontraba el rumbo en la NBA. No eran mal equipo, con Kevin Anderson y Derrick Coleman ("me pagan por aguantar a este tipo"- Chuck Daly) pero desmoralizados y necesitados de un revulsivo. Que se llamaba, naturalmente, Arijan Komazec.

El otro equipo era otro huérfano, en este caso de Pedrag Danilovic que se había marchado a los Miami Heat de Pat Riley: la Virtus de Bolonia, campeón de la Lega por dos años consecutivos, con muchas posibilidades de una tercera y de hacer algo grande en la Euroliga.

Arijan no quería dejar europa sin algún título colectivo, así que eligió la Virtus. Se encontró un escenario muy diferente a Varese. Un entrenador que en lugar de organizar barbacoas manejaba el látigo con soltura. Un público hostil, que añoraba a Danilovic, que nunca dejó de compararlo con él y que jamás le perdonaba errores.  Y que le culpó de la eliminación en semifinales de Lega frente, otra vez, el Stefanel de Dejan Bodiroga, que además le superó en el duelo individual.

Su segunda temporada, además de encontrarse con todo lo anterior, hubo de sumar el problema de las lesiones. Se perdió partidos clave y fue acusado por la prensa de Bolonia de fingir esas lesiones porque no podía con la presión. Komazec respondió jugando lesionado, en un escándalo típico del baloncesto italiano, donde los médicos del club, en lugar de parar la decisión del jugador, dieron el visto bueno aunque sabían que estaba a punto de romperse, y con un entrenador que le hizo jugar conociendo perfectamente esa circunstancia.

Komazec se rompió definitivamente en semifinales contra el gran rival ciudadano, el Teamsystem de Alexander Djordjevic. Con el tobillo destrozado y varias operaciones ese verano para tratar, aunque fuera parcialmente, de recuperarlo, abandonó el club con destino, de nuevo, a Varese.

Ya nunca volvió a ser el mismo. Aún así, jugando con un pie mantuvo una media de 18 puntos por partido, muy lejos de sus registros de antaño pero, claro, con el atenuante que jugaba cojo. La temporada magnífica ya que nadie esperaba nada, aunque de nuevo su equipo cayó en semifinales, contra su ex-equipo, la reforzada Virtus de los hijos pródigos Messina y Danilovic.

Cojo, Komazec deja el Varese y ficha por Olimpiakos en lo que considera su última opción para, por fin, ganar un título. No pudo ser. Tiene que ver como el Varese gana el Scudetto precisamente el año que él se va; y como el Panathinaikos de Bodiroga y Radja gana la liga griega.

Su última temporada completa la disputa por sorpresa en Zadar, que también ficha por sorpresa a Dino Radja. Y ¡tampoco! ganan la liga croata, dominada sin fin por la Cibona. Tras una breve experiencia en un equipo polaco y un estrambótico fichaje por los Vancouver Grizzlies, donde cobra pero no debuta, unos pocos partidos en el AEK de Atenas y una última temporada en Avellino italiano, se retira.

Se establece en Zadar y es un habitual de la grada de su antiguo equipo. Su última aparición pública sucede unos años después de su retirada, como espectador en un Zadar-Partizan de la liga adriática, donde los ultras del Zadar le acusan de ser serbio y tratan de lincharlo. Al antiguo ídolo del club. La policía responde deteniendo a Komazec y llevándoselo al calabozo.

Y tras esto, desaparece. Nadie sabe donde vive. Giussepe Giergia, que más o menos mantiene un contacto con él, afirma que sigue viviendo en Zadar, en las afueras, aunque no sabe exactamente donde. De nuevo, se habla de depresión y de intentos de suicidio. De soledad mal llevada.

Arijan Komazec fue el mejor anotador europeo de la década de los noventa. Un jugador extraordinario con unos fundamentos y una técnica difícil de ver hoy día en un baloncesto moderno (risas del público) donde el músculo es más importante que el cerebro. Un tipo que nos hizo disfrutar a todos lo que nos gusta el baloncesto. Estés donde estés, gracias tío.


viernes, 4 de mayo de 2012

Arijan Komazec (II)




Hay veces que el destino de un niño es imposible de adivinar. Otras veces, lo imposible es no hacerlo. Es el caso de Arijan Komazec. Su padre fue jugador del Zadar en su edad dorada, y por cierto, compañero de Mark Ostarcevic, el hoy tristemente célebre en España. Así, su padre le pone a botar un balón en cuanto se pone en pie, y muy temprano ingresa en las categorías inferiores del Zadar. Es bueno, muy bueno, o por lo menos lo bastante bueno para debutar en el primer equipo a los 16 años. Para que vean como era aquella familia, la estrella del equipo es...su tío, Petar Popovic.

Aunque pronto sería desbancado por su sobrino. En su tercera temporada, a los 18 años, fue el máximo anotador de la liga, título que conseguiría tres años más, hasta el final de la competición por la guerra. En 1990 fue elegido el mejor jugador de la liga. En una liga donde estaban Toni Kukoc y Sasha Djordjevic. Ese mismo año fue campeón del mundo con la selección yugoslava.

Desgraciadamente en el Zadar no hubo éxitos colectivos. La plantilla no daba para tanto, y se tenían que conformar con perder partidos contra equipos más maduros y con la mitad de la tabla. Esto no impedía que Arijan metiera 40 puntos por partido al más puro estilo Petrovic, claro, pero no era suficiente. Hacía falta algo más.

Ese algo más se llamaba Dejan Bodiroga y acababa de convertirse en compañero de Arijan cuando estalló la guerra. En plena guerra y sin trabas legales para elegir el destino deportivo Bodiroga se marchó a Italia. Komazec le debía haber seguido, pero no lo hizo. Se quedó en el Zadar en plena guerra, jugó la primera liga croata en plena guerra, fue el mejor jugador de la liga...y perdió la final contra la Cibona de Danko Cvjeticanin.

Durante toda lo que duró la primera liga croata un tal Zeljko Pavlicevic no dejó de llamarle todos los días, e incluso vivió una odisea para atravesar su antiguo país donde todos se estaban matando y visitar a Arijan a su casa, para convencerle de que dejara Zadar y se uniera al Panathinaikos de Atenas, que le esperaba con muchas dracmas y mucha hambre de competición. El reto era destronar al Aris de Nikos Gallis, y para eso necesitaban un anotador que le diera la réplica. Y para eso no valía cualquiera.

Tras muchas reticencias, Arijan aceptó. Tenía 21 años y terror a dejar el hogar paterno. Sin embargo, esos padres necesitaban un dinero que el Zadar ya no podía ofrecerles. Así que finalmente, y ya que Pavlicevic se había tomado más molestias que el resto, aceptó la oferta y se mudó a Atenas.

Sin embargo, no pudo dar esa réplica. La directiva tenía una filosofía distinta a la de su entrenador. En lugar de querer luchar contra Gallis, prefirieron unirse a Gallis y lo ficharon. Un acierto, sí, tener a dos de los mejores escoltas de Europa en el mismo equipo. Pues no.

Komazec nunca se adaptó a la vida en Grecia ni a la competencia de un jugador como Gallis. No de forma deportiva, porque al principio anotó más que él. El punto álgido fue la final de la copa, que ganaron y en la que Komazec anotó 30 puntos. Dice el propio Komazec que al finalizar el partido

"El presidente bajó a hablar conmigo y me dijo que había anotado demasiado y que Gallis podía enfadarse".


Sí, se enfadó. Furioso por tener una sombra, Nikos Gallis planteó a la directiva el clásico o él o yo. Funcionó. Komazec empezó a tener menos minutos, menos balones, menos tiros y se sumió en una depresión cuando se dio cuenta que su entrenador no estaba a su lado. Las noticias de la guerra, la muerte de antiguos compañeros de colegio, tampoco le ayudaron anímicamente. De repente, por primera vez en su vida Arijan Komazec se sintió solo. Y no pudo soportarlo.

Su compañero de equipo Stojan Vrankovic lo sujetó en el último momento, cuando iba a lanzarse al vacío desde la cornisa de un hotel ateniense. Durante ese tiempo se especuló sobre el consumo de drogas y problemas de alcohol, pero la realidad era más simple, y quizás más dura: Depresión y ninguna ayuda.

La temporada terminó de forma esperpéntica, con el presidente del Panathinaikos, el millonario farmaceútico Pavlos Giannakopuolos, denunciando un complot arbitral y retirando a su equipo del play off final. Y por supuesto, haciendo caso a Gallis y echando a Komazec del club, al que acusó de fingir lesiones para no jugar.

Arijan Komazec (I)

Es interesante el concepto de plaga bíblica. Nunca lo ví reflejado con más exactitud que a finales de los ochenta en las canchas de baloncesto europeas. Tras muchos años de trabajo y una excelente gestión, el Barcelona se había convertido en uno de los mejores equipos de Europa. Concretamente, en el segundo mejor. Año tras año chocaban contra unos chavales que parecían los ejecutores divinos de la maldición. La lluvia de sapos y culebras duró tres años y acabó desmoralizando al Barcelona de tal forma que se pasó todo un lustro sin levantar cabeza a causa del trauma.

No hace falta que diga que ese equipo-plaga bíblica se llamaba Jugoplastika y, tras cambiar de patrocinador, Pop 84. Para defenderse de ellos los clubes europeos recurrieron a su mejor arma: el dinero. Y así, le quitaron a su, como dirían los americanos, jugador franqucia: Dino Radja. No funcionó. Ganaron.

Sólo la guerra pudo vencer al equipo de Split. Con la antigua Yugoslavia ardiendo en una guerra sin sentido, los equipos europeos se lanzaron como buitres hacia todos sus jugadores. No perdonaron ni uno.

Se podrían poner muchos ejemplos de la calidad de ese equipo. El especialista defensivo que tenían se llamaba Velimir Perasovic. Era un tirillas al que emparejaban con el mejor jugador exterior rival. Y pese a su falta de músculo, solía tener éxito. Pues ese tío, el que sacaban del banquillo cuando un jugador rival se ponía a meter triples -Epi tuvo pesadillas-, fue 5 veces máximo anotador de la ACB. Sí, el que era suplente en ese equipo.

No creo que exagere si digo que en aquellos años la liga yugoslava era la mejor de Europa. Basta echar un vistazo para ver los nombres que componían el equipo del eterno subcampeón, el Partizan de Belgrado: Alexander Djordjevic, Sasha Danilovic, Zarko Paspalj, Vlade Divac. Esos nombres formarían la base de lo que fue la selección serbia en los 90, la que ganó dos campeonatos del mundo. Pues esos, los que serían campeones del mundo, perdían año tras año contra la Jugoplastika de Split.

Era una liga corta para lo que se estila hoy, bueno, y en la época también, solamente doce equipos a doble vuelta. La filosofía era opuesta al cuantos más equipos mejor de las ligas occidentales -más equipos significan más partidos, lo que significa más taquilla y más derechos de TV-  y tiene su explicación en que los entrenadores eran escuchados por los federativos para decidir el formato. Eligieron una liga corta porque así, con menos partidos, podrían entrenar más y la saturación de los jugadores sería menor. Entrenar más significa jugadores con mejores fundamentos y mejor técnica. Y tenía el añadido que, al ser pocos equipos, la calidad de los jugadores se concentraría mejor, y en lugar de tener equipos con uno o dos jugadores realmente buenos -como pasaba en la mayoría de equipos europeos- tenían equipos con cinco o seis jugadores muy buenos.

El tema de los traspasos también era muy diferente. Todos los clubes daban prioridad a la cantera porque fichar a un buen jugador ya formado era casi imposible. Cuando un equipo quería fichar a un alguien se reunían federativos y entrenadores para estudiar la repercusión que ese traspaso iba a tener en la liga. Sólo si había una amplia mayoría a favor se procedía al traspaso. Y casi nunca se alcanzaba esa mayoría. Lo que se buscaba era que los equipos fueran buenos y con jugadores de calidad, pero no que un equipo aglutinara a la selección nacional -como pasaba, por ejemplo, en España entre el Barça y el Madrid-

Hay que decir que lograron su objetivo de una competición equilibrada. Solamente en los últimos años dos equipos pudieron ganar la competición de forma consecutiva: Cibona de Drazen Petrovic y la Jugoplastica de Toni Kukoc y Dino Radja. Y existía toda una jauría de equipos que en otras ligas habrían arrasado pero que en la competitiva liga yugoslava quedaban en mitad de tabla. Bosna Sarajevo, Estrella Roja de Belgrado, Zadar...precisamente de un jugador del Zadar vamos a hablar.