martes, 20 de marzo de 2012

El hombre sin rostro

Lo fue hasta 1978, cuando consiguieron fotografiarle en Estocolmo para su disgusto. Se llamaba Markus Wolf, alias Romeo, que dirigió durante 30 años los servicios secretos de la RDA, siendo uno de los principales protagonistas de la otra guerra fría, la de los espías.

Tener un padre judío y comunista en la alemania nazi no era precisamente agradable, así que en 1933 la familia Wolf se largó a la URSS. Allí se educó el pequeño Markus, apodado por sus compañeros Mischa, que eligió la profesión de periodista y continuó con la tradición comunista de su progenitor ingresando en el PCUS en 1942.

Y como periodista regresó al Berlín ocupado por los rusos, trabajando para una emisora de radio. Un periodista es una persona que se mueve por los sitios buscando información y Mischa destacó en este arte tanto que en 1952 fue captado por el KGB para hacer el mismo trabajo pero sin radio. Su carrera fue meteórica: En 1956 ya dirigía la Stasi.

El alias de Romeo no es casual. Al contrario que los soviéticos, que utilizaban atractivas señoritas, llamadas golondrinas, para ligarse a los jefazos, él utilizaba agentes masculinos bastante macizos a los que soltaba por Bonn con el fin de seducir secretarias solitarias y amargadas. Así, poco a poco y polvo a polvo fue penetrando (sí, ya) en la administración y gobierno de la RFA, hasta el punto de conseguir meter a un agente suyo como secretario personal del canciller Willy Brandt.

Los alemanes occidentales tampoco eran mancos en la cosa esta de espiar y descubrieron el tinglado. Esto provocó la dimisión de Willy Brandt, cosa que muchos años después Wolf lamentó, ya que el canciller socialista apostó por un acercamiento al este que convenía mucho a la RDA.

Wolf se retiró del espionaje en 1986 y se dedicó a escribir libros. Es evidente que ya veía que todo se iba a caer, como demuestra "La Troika" donde pone a parir a todo el partido. Viejo zorro que ya empezaba a posicionarse en el mundo venidero.

Sin embargo, los alemanes del este no le iban a perdonar por la buenas. No dejaba de ser un hombre del régimen, y no uno cualquiera: uno que se había dedicado a cazar desafectos. Tuvo que salir corriendo de una manifestación democrática poco antes de la caída del muro ("nosotros somos el pueblo", le gritaron). Y cuando este palmó, temiendo por su vida, se largó a una URSS a la que le quedaban dos telediarios.

En 1990, tras la reunificación, volvió voluntariamente a Alemania y se entregó a las autoridades que lo tenían en busca y captura. Sin embargo, salió muy bien parado de su proceso: Fue condenado por alta traición, pero la sentencia fue invalidada por el TC de allí, que consideraba inconstitucional perseguir a los antiguos agentes de la RDA.

Desde entonces y hasta el día de su muerte en Berlín en 2006, a los 83 años, se dedicó a escribir libros y una autobiografía donde lo único que le falta es derrotar a Superman. No olviden que la profesión de espía consiste, ante todo, en mentir.

Yo he venido aquí a hablar de mi libro


Pensar que conocimos a este señor, sin saberlo, en la novela de Le Carré El espía que vino del frío pone los pelos de punta. Quién iba a decir que aquel Fiedler, judío, exiliado en la URSS durante el nazismo y que regresa a la Alemania Oriental para ocupar un puesto de responsabilidad en la Stasi no era del todo ficción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario