domingo, 15 de abril de 2012

Las amigas de Miriam

Era morena, bajita y delgada. Sus enormes ojos negros eran lo que más llamaba la atención de su rostro y lo que más me atraía de ella. Fueron esos ojos los que me quedé mirando embobado aquella noche, en aquella discoteca. Tampoco tenía mucho más que mirar; era bastante plana y sin curvas. Iba de raso, con vaqueros y blusa abrochada hasta el cuello. Pero tenía gracia. Cuando se dió cuenta que la estaba mirando me volvió la espalda y se centró en su círculo de amigas. No eran como ella. Vestían con escotazo, minifalda, taconazos. No debían ser mucho más alta que ella, pero gracias a los tacones conseguían destacar. Y eran altísimos, como si compitieran por ser las más altas, como si fuera un símbolo de estatus, de poder.

Dejé ese círculo y me dirigí a la barra a pedirme algo, y una de las chicas que estaban apoyadas en ella me sonrió. Dejo de hacerlo cuando se dió cuenta que no iba a invitarla y se centró en otras posibles presas. Sus amigas estaban centradas en el camarero, al que sacaban gratis un chupito tras otro. Pero el instinto de cazadora de la que sonreía le pedía retos más altos y volvió a dirigirse a mí. No escuché lo que dijo y regresé con la bebida a mi propio círculo. Estas son peores que las sirenas de Homero.

En el circulo de enfrente había empezado una sesión de fotos. La morena bajita hacía fotos a sus amigas, las rubias con taconazos. Tras media docena de fotos en distintas poses seguía sin ser incluída en la toma para facebook. Como diría un amigo mío jugando al Starcraft, aquello era una ventana de oportunidad. Así que me acerqué a la morena y le pregunté si quería salir en las fotos con sus amigas.

Sus amigas estaban horrorizadas. Un chico se les había acercado y ¿a quién hablaba? ¿a ellas, que se habían pasado la tarde en la peluquería, que se habian comprado los vestidos y los taconazos, que se habían operado las tetas? ¡No! a la desastrada, a la que hacía un siglo que no iba a la peluquería, a la que no iba con tacones, y con la que ahora tendrían que compartir fotos. En las foto la morena sonreía, muchísimo, seguramente por la misma razón por la que sus amigas rubias con tetas siliconadas dejaron de sonreír.

Un dientes blancos se acercó a la barra con su enorme sonrisa, e inmediatamente congenió con la sacacubatas que anteriormente me había elegido como presa. No tardó en tener un cubata en la mano, y sus tres amigas también se centraron en él al haber agotado finalmente al camarero. Las rondas de chupitos se sucedieron a enorme velocidad. Me doy cuenta que él lleva más escote que ellas, lo que me quita las ganas de tomarme otra copa y, a falta de alcohol, me acaba de decidir para centrarme en la morena. Tenía una buena baza que jugar: que me fijara en la morena molestaba a sus amigas, que querían que me fijara en ellas, que para eso eran las guapas. Y la morena quería molestar a sus amigas, a las que quitaba el protagonismo. Seguramente estaba harta de que la tomaran por la fea, o lo que sea. La ventana de oportunidad seguía abierta.

Así que volví a a hablar con ella, provocando de nuevo la ira de sus amigas y la alegría de la morena. Me dijo su nombre, Miriam, me preguntó a qué me dedicaba, programador, ¿eso que é?, informático, ordenadores, que bien, precisamente se estropeó el mío, no me digas, sí ¿le echarías un vistazo? toma mi teléfono, toma el mío.

Esa conversación tan estimulante como rápida fue interrumpida por sus amigas, que decidieron que la broma ya había durado bastante y decidieron marcharse, por supuesto llevándose a Miriam. Las sacacubatas también se iban, y la que intentó liarme tiró todas las chaquetas de la silla al coger la suya. Por supuesto no se preocupó de recogerlas. Me despido de Miriam con dos besos y ella se va con una enorme sonrisa, más que por conocerme porque ha jodido bien a sus amigas, que por una vez no han sido el centro de atención de los buitres de turno. Las sacacubatas también se han ido, dejando sólo al dientes blancos del escote con la cartera vacía sin nada a cambio.

La vida.

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