domingo, 15 de abril de 2012

La madre de Miriam

-Pepe si quieres tomar algo llámame pero se tiene que venir mi madre. Dime algo.

Le dije que sí. Y claro, se presentó con su madre, y de paso con su hija. Ahí tenía delante a tres generaciones de su familia. La menor, Carmen, estaba más preocupada por entrar al bar con aire acondicionado para huir del calor de julio a las cuatro de la tarde, que sería el lugar lógico de no ir con fumadores. Pero uno de mis amigos fumaba, su madre también fumaba, y por supuesto su abuela también, así que sus intentos de escapar de la terraza fueron frustrados una y otra vez, hasta que acabó con la paciencia de su madre y terminó atada al carrito, teniendo que conformarse con una botellita de agua.

La madre de Carmen se llama Miriam, y era mi novia a ratos de la época. El problema de que la única mujer que te quiera a ratos sea una choni de diecinueve años y madre desde hacía dos es la escena que tenía delante. Su madre, en teoría mi suegra a ratos, nada más sentarse empezó a gorronear cigarros a mi amigo fumador. No le importó lo más mínimo que fumara el tabaco negro más fuerte y asqueroso del mundo.

-¿Te puedo coger un cigarro?
-Coge los que quieras

Se lo tomó literalmente. Vació la cajetilla entera y se guardo los cigarros en el bolsillo. No entendí porqué no cogió directamente la cajetilla, pero nadie preguntó. Quizás porque todavía estabamos asimilando lo que habíamos visto. Además mi amigo no puso pegas y tranquilamente abrió otra de sus muchas cajetillas, que lleva repartidos por todos los bolsillos de su vestimenta.

El camarero se acercó para pedir nota. Me pedí un café granizado. Miriam otro. Mi amigo el fumador se pidió una mezcla de limonada con bola de chocolate que acabó tomando un aspecto lamentable, que según él era como un helado de su infancia, y aunque sus palabras aseguraban que el invento era magnifico su cara decía lo contrario. Su madre se pidió un whisky.

-Que vergüenza  ¿voy a ser la única que se pide alcohol?

Debió ser la vergüenza lo que hizo que se bebiera el whisky en un par de tragos. Tras dejar a los cubitos sin líquido que enfriar se levantó y le dijo a Miriam que había que irse. Cogió más cigarros a mi amigo y se despidió sin pagar con su botín de nicotina y un buen lingotazo de whisky en el cuerpo. Miriam y Carmen, por supuesto, se fueron con ella. Miré a mis amigos y dije:

-La vida.


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