domingo, 1 de abril de 2012

Hijos de la destrucción (IV)

Siempre se veían escenas dantescas en las colas, pero aquello había sido demasiado. Vladimir abandonó su turno y se fue detrás del muchacho al que acababan de echar a patadas. Él se crió en la calle y sabía lo duro que era, y no podía evitar sentir empatía por esos niños. Tampoco era la primera vez que trataba de rescatar a un callejero, pero ese proyecto siempre encontraba la oposición de su esposa.

-Vladimir Grigorievich, estás loco. Vivimos en un piso de una habitación sin cuarto de baño con nuestra hija y mi madre, y con tus raciones comemos los cuatro ¿y todavía quieres meter a una boca más aquí?

Viktor salió corriendo con sus escasas fuerzas cuando vio acercarse a Vladimir. Había aprendido a desconfiar de los adultos. Vladimir no le siguió, sin embargo. No sólo no tenía la forma física para perseguir con éxito a un crío que hacía de correr la diferencia entre la vida y la muerte, sino que además la persecución le podía llevar a un lugar peligroso. Así que volvió a la cola.

Acostumbrado a perseguidores más tenaces, Viktor volvió para curiosear. Observó al hombre que se le había acercado. Vestía mucho mejor que los demás y sus ropas estaban limpias. No se le veía mal alimentado. Definitivamente no parecía un saqueador. Ahora estaba discutiendo a gritos con un policía que finalmente le hizo callar con un puñetazo. Ese hombre tampoco era un policía, ellos nunca se pegaban entre sí.

Viktor se preguntó si ese hombre sería un familiar suyo que le había reconocido, o un amigo de la familia. Llegó a considerar la posibilidad de que conociera a su madre, y eso le aceleró el pulso.  Tal vez supiera lo que pasó.

Sólo tenía una forma de descubrirlo.

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