lunes, 11 de junio de 2012

La otra bomba

La noticia no le pilló de sorpresa. Ya conocía de su existencia desde hace mucho. Toda una ciudad había desaparecido con una sola bomba, y él sabía que no la habían lanzado para terminar una guerra que tenían ganada. No, la lanzaron para intimidarle, para demostrarle quienes eran los poderosos, para doblegarle, para usarla en las negociaciones del reparto del mundo. Él tendría un ejército de doce millones de soldados, el más grande que se había visto jamás, sí, pero dos docenas de bombas y...ese ejército sería desintegrado.

Por eso los llamó. Allí estaban todos, muertos de miedo, delante del padrecito Stalin. Él estaba sentado, detras de su escritorio. Ellos de pie, firmes como soldados. Durante unos minutos el camarada Stalin no dijo nada. Se limitó a escrutar esas caras, a mirarles a los ojos. Finalmente, dijo en voz baja.

-Nos amenazan con una guerra nuclear.

Se levantó de un salto y, gritando, se dirigió hacia uno de ellos.

-¿Y qué tenemos nosotros? ¡Igor Vasilievich Kurchatov, los americanos ya tiene la bomba! ¿Y qué tenemos nosotros? Mejor dicho ¿Que nos ha dado usted? ¡Nada! ¡Absolutamente nada! Lleva tres años trabajando  ¡Y no tiene nada!

-Pe...ro-titubeó Kurchatov-ca...ma...ma...-respiró profundamente- camarada Stalin, hemos hecho progresos y...
-¡No me venga con excusas! Quiero una fecha

Kurchatov sabía que estaba muerto si daba una respuesta incorrecta. Con los recursos que tenían sabía que perfectamente podían tardar una década. Y decir eso era ir directo delante de un pelotón de fusilamiento. Trato de eludir la cuestión.

-Camarada Stalin, si lee los informes...
-¡A la mierda los informes!-le interrumpió. Quiero una fecha.

Kurchatov trató de tomar aire. No pudo.

-¡Quiero una fecha!

Se la jugaría.

-5 años, camarada Stalin.

Dijo con un hilillo de voz, y cerró los ojos esperando lo peor.

Pero Stalin no gritó. Tampoco dijo nada. Volvió a sentarse detrás de su mesa. Cuando Kurchatov abríó los ojos se encontró con los ojos de Stalin, que le miraban detrás de ese escritorio. Pero Stalin estaba en silencio. Sólo miraba. Y Kurchatov no podía apartarse de esa mirada. Estaba aterrorizado. En ese momento se preguntó si se habría meado encima. Estaba tan muerto de miedo que no sentía nada. Sólo tenía esa mirada, la mirada del hombre que le podía condenar a morir a capricho. En ese momento, sintió que nada le pertenecía. Estaba a merced del Zar rojo.

La voz del padrecito volvió a sonar.

-Tiene cinco años, camarada Igor Vasilievich Kurchatov. Pero si en cinco años no tengo mi bomba, le acusaré de traición y sabotaje. Ya sabe lo que significa eso. El camarada Beria se encargará en persona de vigilar sus progresos.Ahora, fuera todos de aquí.

Y todos se marcharon. No moriría nadie aquel día. O al menos, nadie de ese grupo. Tenían cinco años extra de vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario