martes, 24 de julio de 2012

Las Dos Preguntas

De repente, alzó la vista y lo vio. Arriba, en el techo, tenemos a un ser boca abajo, sujetado por sus patitas, quieto, como si nada fuera con él. Abajo, en el suelo, tenemos a un ser humano adulto de sexo masculino paralizado, sin saber que hacer ni como reaccionar. El problema, desde luego, no podía ser ignorado. El ser humano no podía seguir con las tareas que desarrollaba en la habitación, las que fueran, sabiendo que el ser estaba en el techo.

El humano decidió que el ser debía ser eliminado. Aunque no representaba, desde luego, una amenaza directa contra la vida del humano, su presencia le horrorizaba y condicionaba su existencia. Pero no estaba a su alcance directo, no podía matarlo de un zapatillazo. Pensó en una escoba. Una escoba podría alcanzarlo. Pero entonces se hizo La Pregunta, La Pregunta cuya respuesta afirmativa significaba el terror absoluto ¿y si vuela?

Iría a la guerra química: insecticida. Aunque aquello significara fumigar la habitación y parte del pasillo, no importaba. La muerte del ser era prioridad número uno en este momento preciso. El humano, tan adaptable y con millones de años de evolución detrás, perfectamente podía soportar una noche en el sofá.

Comprobó con horror al abrir el armario que había que ser más previsor a la hora de hacer la compra. La falta de insecticida provocó varios exabruptos y maldiciones, pero el humano no se rendiría. Lucharía por lo que es suyo: su habitación.

El ser seguía allí, en el techo. No se había movido en ningún momento, totalmente ajeno a los planes para eliminarlo que estaba maquinando el ser humano adulto de sexo masculino que tenía delante mirándolo. Se desperezó moviendo las antenas y se movió unos pasitos hacia la ventana, lo que provocó un salto hacia atrás del ser humano que, escoba en mano, trataba de luchar contra La Pregunta para reunir el valor que le permitiera dar una estocada mortal o, al menos, una lo bastante potente como para bajarlo del techo y aplastarlo de un pisotón.

El ser respondió La Pregunta afirmativamente, provocando el pánico en el ser humano adulto que, gritando como una niña, tiró la escoba al suelo y salió corriendo de la habitación. El pánico se convirtió en pavor cuando comprobó que el ser había sido más rápido que él al cerrar la puerta y le había seguido hasta el pasillo.

El ser humano adulto, corriendo y jadeando, volvió a la habitación e hizo lo único racional que podía hacer en esa situación: meterse en la cama y taparse hasta la cabeza. Cuando se destapó ligeramente para ver lo que estaba pasando, el ser estaba dando saltos de una pared a otra. De repente, el ser decidió que en esa habitación no había nada de interés y se marchó por la ventana.

El ser humano, dando un grito de júbilo, cerró la ventana a toda prisa y, aliviado, se tumbó en la cama destapado. Sintió como su respiración se relentizaba, su pulso descendía, sus músculos se relajaban. Y al poco, sintió calor. Mucho calor. No era agosto el mejor mes para dormir con la ventana cerrada. Enfrentado a su nueva problemática, el ser humano se dirigió al comedor donde tenía un viejo ventilador. Abrir de nuevo la ventana significaba enfrentarse a La Otra Pregunta: ¿y si vuelve?

Los plomos saltaron tras el chispazo que provocó darle al botón de encendido. Un olor a cobre, o lo que sea, quemado inundó la habitación. Hacía mucha calor. Olía mal. La Otra Pregunta.

Cerró la habitación y durmió en el sofá el resto del verano.

2 comentarios:

  1. Me gusta este relato, te veo cada vez mejor en lo que escribes. Capta el interés desde la primera línea, la atmósfera está muy bien conseguida, y el estilo es audaz. La única nota negativa que todavía encuentro es que (no sólo aquí, sino también en otros relatos) tus relatos suelen ir perdiendo fuerza narrativa hacia el final, como si de pronto perdieras el interés y quisieras acabarlos de una vez (esto, bien trabajado, podrías incluso convertirlo en un punto fuerte a favor). ¿Cómo se soluciona esto? Ni idea. Comparándolos con el boxeo, decía Julio Cortázar que la diferencia entre el cuento y la novela es que, en la novela, la victoria se consigue por puntos, mientras que en el cuento se gana por K.O. Creo que, en tus narraciones, lo único que falta es ese gancho final que mande al lector a la lona. Por lo demás, el combate que nos muestras es espectacular y emocionante en su desarrollo. Magnífica velada; reservo butaca para la próxima.

    P.D.: En otro orden de cosas, me alegra que le le hayas hecho un lavado de cara a la apariencia del blog; ahora es mucho más agradable a la vista.

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  2. A mi me gusta mucho.

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