lunes, 7 de enero de 2013

Guerra


Cada soldado ruso recibía una ración de cien gramos de vodka. La mayor parte de ellos lo esperaban con ansiedad; sólo unos cuantos lo rechazaban. Pero al veterano teniente Ivan Bezditko, "Ivan el Terrible" para sus hombres, le gustaba increíblemente en vodka y halló un medio para tener a su disposición un abundante suministro. Cuando morían los soldados de su batallón, Iván los daba por "presentes y en activo" y se apropiaba de sus raciones diarias de vodka. En poco tiempo el oficial llegó a tener muchos litros, que guardaba celosamente en su propio refugio.

En un depósito a orillas del Volga, un oficial de intendencia llamado Maliguin comprobó sus archivos e informó que la unidad de Bezditko soportaba muy bien semanas de bombardeo en un sector del frente donde las pérdidas eran espantosas. Abrigando sospechas, Maliguin siguió el asunto hasta el final y descubrió que la sección de El Terrible había sufrido el mismo castigo que el resto. Llamó a Bezditko y le dijo que había descubierto su mezquino plan y que iba a informar sobre ello al cuartel general del frente. Luego añadió:

-Queda suprimida su ración de vodka.
Eso era ir demasiado lejos. Bezditko vociferó:
-Si yo no tengo mi vodka, usted tampoco tendrá el suyo.

Maliguin le colgó, dió parte al cuartel general y suprimió las raciones de licor de Iván.

Rabioso, Bezditko preparó las alzas de sus baterías de 122 mm, trazó una precisa red de coordenadas y dio la orden de disparar. Tres salvas cayeron precisamente en lo alto del depósito de Maliguin en la orilla del río. El trastornado comandante salió vivo entre el humo y los escombros. Detrás de él yacían rotas miles de botellas de vodka y su contenido se derramaba por el suelo. Maliguin se arrastró como pudo hacia un teléfono y llamó al cuartel general. Mientras crecía su ira, vomitó lo que sabía que era cierto: que Iván el Terrible había sido el autor de aquella andanada.

Al otro lado de la línea, la voz se esforzaba por ser paciente:

-La próxima vez dele su vodka. Acaba de serle concedida la orden de la Estrella Roja.

Maliguin regresó, lleno de cólera, al almacén, y se quedó de pie mirando los charcos de alcohol. Al cabo de unas horas, el teniente Bezditko recibió sus habituales raciones y Maliguin jamás volvió a interferir en los latrocinios de Ivan el Terrible.

"La batalla de Stalingrado" - William Craig.

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